sábado, 9 de febrero de 2019

Un Cuento Más...




Todos los sábados nos reuníamos en casa, era el día en que se reunía la familia y los amigos de papá.
Yo pertenecía a una humilde familia. Mi padre, trabajaba como obrero en una textil y mi madre era profesora en segundaria. Todo transcurría tranquilamente, mientras mi padre con sus compañeros en la mesa hablaban de temas que no llegaba a entender en aquel momento. Era 1973 el año en que aquello comenzó.

Cuando mi padre no estaba yo solía quedarme sola con mi madre jugando a las sopas de letras. Uno de esos días cuatro hombres entraron a mi casa, tiraron la puerta abajo y dieron vuelta nuestro universo. Recuerdo a mi madre desesperada en aquel momento, gritaba que se detuvieran, pero bastó un golpe para que ella cayera.
Yo era joven y sentía que no podía hacer nada.
Me preguntaron si sabia donde estaba mi padre, pero el miedo me había dejado incapacitada.

Me subieron a un auto, vendaron mis ojos con una tela que tenia un olor repugnante, luego no recordé más por un tiempo. Me llevaron a un lugar que parecía lejano pero ciertamente no sabía hacia donde estaba yendo.

Cuando desperté estaba en una casa con corredores largos. Parecían infinitos. Había habitaciones a los lados, como si todo fuera un oscuro laberinto. Caminé con cierto agobio por aquel corredor. Vi salir a dos mujeres de una habitación, una estaba embarazada.

Estaba en un cuarto oscuro sin saber lo que pasaba. Sólo oía gritos de mujeres y hombres. Con mis 17 años no entendía lo que sucedía y solo pedía que no me hicieran nada. Que no me pegaran y que ni siquiera me tocaran.

Gritos, solo gritos en los corredores. La luz se prendía y se apagaba como pulsos arteriales…

Sólo pensaba por qué estaba allí. No entendía por qué. Tal vez era porque mi padre defendía sus derechos. Yo sólo sabía que a casa venía gente. Buena gente. Se reunían y hablaban, y que mis padres me decían que cuando fuera grande iba a entender.
¿Entender Qué? ¿Que me llevaron a la fuerza y tenía miedo?
¿Entender los gritos y los llantos de mujeres?

¿Entender a mi padre?, ¿No sería que por él estaba allí? ¿Por qué lo buscaban?

Pasaron cuatro días, y parecían eternos. Dos veces al día, venía un hombre que me traía agua y comida, pero yo no veía su rostro. Me preguntaba si sabía en donde se reunía mi padre y me repetía que no me iban a dejar salir.
Nunca vi su rostro.

Hasta que una mañana entraron y me pusieron una venda en los ojos, como la primera vez, tenía cierta sospecha de lo que me iba a suceder luego. Recordé lo que me decía aquél hombre sin cara, que iba a ser difícil salir viva de ahí…

Murmuré – ¿Dónde me van a llevar?, ¿qué me van hacer?
Parecía pasar toda mi vida en ese minuto. Recordaba a mis padres y sabía que podría ser el fin.

Partimos de la casa y concebí aquel viento puro y manso. Me subieron a un auto, nada me dijeron. Después de unas horas se detuvieron y en ese momento, le pedí a Dios que todo terminara. Sólo esperaba, ya no tenia miedo. Hasta que el auto se detuvo, me empujaron y me dejé derrumbar al suelo arenoso. Esperé…
Sentí que cerraban la puerta del auto y que se retiraban.
Me quité la venda, esperé un poco para poder percibir bien. Notaba que me encontraba en una playa. No sé cuál, fue todo muy ilógico, muy turbio.
Mientras veía el mar, divisaba a lo lejos a una persona, no podía distinguir su rostro, cerré los ojos, los abrí... y vi a ella, a mi madre, me rodeo con sus brazos, y lloramos… no hablamos, sólo lloramos.
-¿Por qué madre? ¿Por qué?
-ya esta hija todo ha acabado. Hace tiempo que no escuchaba su voz, solo la oía angustiada en mis pesadillas. Y al instante pregunte algo que no sé si tuve que haberlo hecho:
-¿papá donde esta? Sin necesitar ningún idioma, distinguí en sus ojos que comenzaron a afligirse y en ellos residía mi réplica. No quise hacer más preguntas.

Luego de una semana, dormía con la luz encendida, la oscuridad me generaba una inquietud alarmante. Con el tiempo no quise saber nada de mi padre, porque pensaba que me podría sentir aún más peor, pero de todas maneras siempre recordaba ha mi padre observando a través de la ventana.
Luego de unos días tuve que dejar lo que hacia poco tiempo volví a tener, mi madre me dijo que teníamos que ir a España, porque nuestra vida corría peligro, lo que me hizo alegar parte de mi familia y amigos, pero aún así nunca perdimos el contacto.

He llegado a mi país, lo veo igual que antes. Igual pero sin personas predispuestas a hacer aquel tipo de daño, pensaba estas cosas mientras se generaban silencios dentro de la camioneta donde estaban mis viejos amigos, que antes me habían recogido en el aeropuerto. Note algunos silencios mientras conversábamos, y era porque no queríamos hablar del tema.
Viajamos por un tiempo hasta llegar a un parque en el Cerro, donde hay un homenaje a los desaparecidos. Camine hasta allí y vi dos muros que me recordaba a un corredor, pero en este si había salida. Dos muros llenos de nombres que me hacían sentir como si estuviese dentro de una sopa de letras. Nombres y apellidos, apellidos y nombres, enfrente y detrás de mi, estaba rodeada por personas. Y finalmente lo vi, ahí estaba mí padre.




Federico Ferreira 2007


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1 comentario:

  1. fede soy yo santiago, loco como te va? pone mas cuentos asi te los robo, ehh digo asi los leo, na un chiste, vo todo bien bueno chau

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